La muerte de un ser querido forma parte de nuestras vidas independientemente de la edad que tengamos. Muchos niños sufren la pérdida de sus abuelos, tíos u otros familiares más cercanos como padres o hermanos. También el cambio de casa, colegio, muerte de una mascota, o separación de los padres son situaciones de duelo para los pequeños.
En el entorno familiar suele existir el mito de que a los niños hay que distraerlos y alejarlos de la escena del fallecimiento y despedida del ser querido. La experiencia del niño es que no se le ha acompañado en su dolor, aunque estén jugando, sienten pena, aunque en apariencia todo esté bien. Es necesario que se ayude al niño a pasar el duelo de la forma más adecuada posible.
A partir de los 6 años los niños ya comprenden que la persona fallecida no va a volver. Las emociones que sienten son las mismas de los adultos, la tristeza y la aflicción, pero no tienen la capacidad e expresarlas por sí mismos y necesitan que se le ayude a hacerlo; de no ser así, a partir de cierta edad, todo este dolor no resuelto suele mostrarse a través de síntomas diversos: agresividad, falta de atención, hiperactividad, rebeldía, bloqueos, falta de rendimiento escolar, etc.
El sentimiento de culpa tras el fallecimiento es común en los adultos, ya que se ha fracasado en la necesidad de proteger al otro. Pero sucede que en los niños, con su pensamiento mágico, donde todo es posible, cuando no se les permite acompañar en el duelo, aparece un sentimiento de culpa por lo sucedido, aunque realmente no sea así, lo que ocurre es que se sienten excluidos del proceso, solos, sin comprender lo que está pasando.
Lo adecuado es que los niños puedan acompañar a la persona querida que se está muriendo, que puedan sentir que están dando y recibiendo cariño, que no se sientan excluidos del sistema familiar y puedan participar en todos los procesos vitales con naturalidad. Es fundamental que se sientan parte, que puedan entender lo que está viviendo su familia, que se le dé el lugar que le corresponde de acuerdo a su edad. El niño no tiene miedo si está acompañado de un adulto que le ayude a expresar sus emociones y regularlas. El problema viene de que los adultos a menudo no saben hacerlo, creen que es mejor apartar al niño de toda la vivencia. Los niños notan que se les está mintiendo, saben que algo está pasando y están desconcertados y asustados. Ven caras tristes, de preocupación, situaciones que no son las del día a día.
No hay que tener prisa en atravesar el duelo, simplemente el niño necesita que se le acompañe, que se le deje expresar sus sentimientos, dudas, emociones, su tristeza. Cuando todo ello se vive con naturalidad, el duelo se resuelve positivamente. Finalmente queda el recuerdo con cariño hacia la persona fallecida. Pero cuando no se permite la evolución y expresión de la pena natural ante el fallecimiento, todo ese dolor queda bloqueado y tarde o temprano saldrá por algún sitio.
Desde nuestro Gabinete podemos ayudarte a desbloquear todo ese proceso y darle la salida adecuada, para retomar la vida con toda su intensidad y plenitud, que el niño se libere y sea capaz de seguir con el proceso madurativo y educativo adecuado.
MARIA PILAR FUENTE
PSICÓLOGA