El abuso puede ser de muchos tipos, pero siempre es dañino. Puede ser un abuso emocional, físico, sexual, puede haber sufrido abandono, negligencia, o la combinación de varias de las modalidades. Cuando la violencia de una u otra índole están presentes en el desarrollo de un menor, desarrollará diversas dificultades todas ellas derivadas del trauma del desarrollo, son pequeñas heridas que día tras día y año tras año convierten al trauma en grande. El miedo, la indefensión, el sentimiento de injusticia, están presentes; todo ello lleva a crearse una imagen negativa de sí mismo llegando a tener creencias negativas como: no valgo, no soy adecuado; y es que la autoestima queda seriamente tocada.
Algunos niños han tenido que lidiar no sólo con el abandono sino también con la inversión de roles, es decir, han tenido que hacer de padres de sus padres, casi siempre por incapacidad de éstos, enfermedades, adicciones, exceso de trabajo, dificultades económicas o diversas circunstancias adversas. En estos casos el niño no puede crecer y desarrollarse como lo que es, sino que tiene que hacer de pequeño adulto, quedando así su desarrollo detenido, cargado de responsabilidades y con sentimientos de inadecuación, ya que en realidad no están preparados para las cargas que han tenido que asumir; por lo tanto suelen convertirse en personas siempre preocupadas, a la espera de que va a pasar ahora, que vendrá, o si podré con ello, ya que esto fue lo que vivieron.
Para sobrevivir a entornos traumáticos en mayor o menor medida, el sistema nervioso ha tenido que adaptarse y desarrollar diversos mecanismos de defensa de muy diversa índole. En los casos más graves incluso aparece la amnesia; el cerebro no es capaz de recordar porque sería algo insoportable, es mejor tenerlo apartado. Aunque es una solución a corto plazo, ya que a la larga, esas heridas siguen sin sanar y causando dolor, malestar emocional.
Pueden aparecer síntomas diversos ya en la niñez, unas veces más evidentes que otras. Con el paso de los años, sobre la adolescencia o comienzo de la edad adulta, suelen aparecer problemas más serios como depresión, trastornos de ansiedad, adicciones, trastornos de personalidad, enfermedades psicosomáticas, u otro tipo de enfermedades más graves como psicosis.
¿Qué se puede hacer para que esto no llegue a pasar, cómo criar niños y adultos más sanos? En primer lugar, es necesario entender que nadie es culpable, que cada quien da lo que tiene, y así lo hacen los padres, que con la mejor intención y amor hacia sus hijos en la mayoría de los casos, también traspasan sus malestares, carencias, dificultades, enfermedades. Es evidente entonces que primero son los adultos quienes tienen que cuidarse para poder cuidar adecuadamente y así no repetir el ciclo familiar disfuncional. Los hijos necesitan ser mirados, vistos, atendidos, reconocidos, valorados; sólo así se pueden desarrollar como adultos competentes, seguros, capaces de disfrutar de la vida.
Mª PILAR FUENTE
PSICÓLOGA. TERAPEUTA Y MÁSTER EMDR. TERAPEUTA FAMILIAR SISTÉMICA.
REG SANITARIO C-15-003566 y C-15-003650