Esta crisis mundial originada por el Covid-19 está produciendo un malestar generalizado en todas las personas que en el mejor de los casos no han sido infectadas o no tienen familiares o amigos contagiados o ingresados. Ni que decir tiene la gente que sí está sufriendo la enfermedad en su casa, en los más allegados, y es más, muchos seres queridos se están yendo sin apenas poder hacer una despedida que propicie un duelo sano.
La convivencia en las comunidades de vecinos, donde los espacios son pequeños, sin apenas espacio propio, donde apenas existe intimidad ya que las paredes parecieran de papel, hace que la crispación comience a presentarse. Mucha gente comienza a alterarse porque no saben manejar este estado imprevisto de confinamiento, y empieza a subir sin fin el volumen de los altavoces; o padres que por comodidad personal, permiten a los niños que campen a sus anchas gritando, golpeando, arrastrando, taconeando con zapatos rígidos. Y es que el primer paso para modular nuestras emociones, nuestro bienestar, es actuar con respeto y consideración hacia uno mismo y hacia los demás. Es necesario mantener la calma, la serenidad, disfrutar de cada minuto estando ocupado en múltiples quehaceres siempre pendientes, con vídeos, juegos, ejercicio físico, charlas, risas. Compartir amor siempre es saludable y da bienestar, con uno mismo y con el prójimo.
En estos momentos difíciles más que nunca es necesario mostrarse como personas firmes, sólidas, con valores, personas empáticas y solidarias, coherentes. Está bien salir a aplaudir por el balcón llegadas las 20 hs en señal de apoyo a los sanitarios, personal de servicio, a todos los que están facilitando los medios para que podamos llevar el confinamiento sin carencias. Pero todo ello se queda fatuo, vano, aparente y hasta engañoso cuando no se está aportando el granito de arena a la recuperación de la propia comunidad, con el que tenemos tras la pared, con el vecino mayor que tal vez necesita de algún recado. Donde van aquellos tiempos en que las puertas estaban abiertas, los niños jugaban libremente en la calle, se respetaba a los mayores y siempre había un buenos días o buenas tardes cuando se entraba en cualquier tipo de establecimiento, donde sí existía la colaboración y apoyo comunitario.
La sociedad actual en parte deshumanizada por el estilo de vida herencia de la revolución industrial, las nuevas tecnologías mal utilizadas, el consumismo, un estilo educativo que pasó de una autoridad amenazante a permisiva o negligente, con falta de límites sanos que los niños necesitan para desarrollarse adecuadamente y que los lleva a su vez a repetir estos patrones de falta de civismo. El crecimiento y el bienestar comienzan en el interior, sólo podemos dar aquello que tenemos, es necesario dotar a los pequeños de recursos emocionales para ser adultos completos, competentes, comprensivos, confiados. A la vez cuando un niño presenta malestar y problemas de conducta está pidiendo a sus padres que aprendan a manejarse adecuadamente, les está lanzando un mensaje de aprendizaje, de restaurar patrones y vínculos que de otra forma se repiten generación tras generación.
Tal vez esta crisis nos está trayendo un gran aprendizaje, podría ser volver a cultivar valores tan importantes como el respeto, la cortesía, las buenas formas, o las relaciones más personales y menos tecnológicas.
MARÍA PILAR FUENTE
PSICÓLOGA. REGISTROS SANITARIOS C-15-003650 y C-15-003566