La pandemia del COVID-19 está dejando miles de muertos en todo el mundo. Por desgracia en algunos países están sucediendo auténticas barbaridades con los cadáveres ya que, por ejemplo, están presenciándose imágenes de Ecuador donde no dan abasto para procesar toda la demanda que hay en cuanto a dar sepultura a sus fallecidos, son países pobres con escasos recursos y en tiempos de crisis se ven terriblemente desbordados. Nosotros, que estamos en el primer mundo, y parece ser somos uno de los países más avanzados, formando parte de la poderosa Europa, también nos estamos viendo desbordados para dar sepultura a nuestros muertos. Y es que todas las previsiones están desbordadas, nadie remotamente podría imaginarse una situación de crisis sanitaria como la que estamos viviendo y por supuesto que no había un plan de contingencias a tal efecto.
Los hospitales están saturados y tienen que dejar espacio para nuevos enfermos que esperan ser atendidos, los servicios funerarios colapsados ante tal avalancha y los cementerios o crematorios desbordados sin apenas sitio para poder cabida a todos los solicitantes. Se hace lo que se puede a marchas forzadas, por lo que llegan a darse situaciones de caos, así se pierden a veces durante días localizaciones de cuerpos, y las familias no tienen noticias de sus enfermos o fallecidos hasta pasados días. Aunque es compresible dada la avalancha de enfermedad y muerte, para los familiares es terriblemente doloroso.
El no poder acompañar a los seres queridos en sus últimos momentos, hacer una despedida adecuada, tranquila, dejando cerrados temas siempre pendientes,… Y la sensación de soledad, que no tanto para el enfermo que es bien probable que estuvo bien acompañado, sino de la familia por no poder acompañarlo, la impotencia de no poder hacer nada, la angustia de la desinformación, el desgarro de la pérdida no presenciada. Todas estas vivencias son muy difíciles de manejar, de asumir, cuesta mucho más incorporarse a la vida cotidiana, es como que queda algo pendiente que no se pudo resolver.
El duelo, proceso necesario de despedida ante cualquier pérdida, en esta situación extraordinaria se queda interrumpido, es un dolor que no puede salir. Sería adecuado en el momento que remate el confinamiento y se puedan volver a organizar actividades públicas, realizar una despedida, funeral, reunión familiar o similar según las creencias y religión de cada familia, para poder dar paso a esa despedida al menos espiritual ya que presencial no pudo ser. Es necesario dejar partir al ser querido, dejar ir el dolor por la pérdida, sentirnos acompañados por el grupo en estos momentos tan inciertos y compartiendo emociones, cariño, lágrimas. Todo ello es curativo, depurativo, sanador, es permitir que las aguas vuelvan a su cauce, a la vez que la vida se va retomando con el recuerdo afectuoso y agradecido al ser querido por el tiempo compartido; de alguna forma siempre nos acompaña ya que forma parte de nosotros. La vida sigue y podemos volver a disfrutar con las nuevas circunstancias, con la ausencia aceptada, con nuevas vivencias, experiencias, alegrándonos de seguir viviendo.
De todas formas, si el proceso se queda enquistado y está produciendo mucho dolor y desajuste en todos los ámbitos, impidiendo volver a llevar una vida normalizada, es necesario solicitar ayuda profesional.
Ánimo y fuerza. Juntos podemos!!!!
MARIA PILAR FUENTE
PISCÓLOGA SANITARIA NRS. C-15-03566 y C-15-003650