Finalizado el curso 2019/2020 a trancas y barrancas después del confinamiento, se esperaba algún tipo de avance al comienzo de este curso que tenemos delante, 2020/2021. Pero el COVID-19 sigue generando inquietud entre la población, sobre todo después del importante aumento de contagios tras las relajación de las normas de salud recomendadas, y es que la vuelta a la normalidad no es la normalidad de antes, es la normalidad con el Coronavirus. Claro, se vive el momento y no se plantean las consecuencias posteriores, que son éstas que ahora tenemos, aún antes de empezar el otoño con sus correspondientes gripes y resfriados.
Vamos, que el panorama no pinta seguro para nadie. Los mayores, que ya están empezando a sufrir la oleada de nuevos contagios producidos desde fuera de las residencias, como las reuniones de familiares, amigos, terrazas abarrotadas, transportes saturados. En fin, que la falta de cuidados llega hasta donde se cuidan. Los niños, que en principio no estaban sufriendo la enfermedad pero sí son portadores, ya están empezando a sufrir también de malestar, además es muy difícil controlarlos cuando están varios juntos en un espacio público.
Tampoco pinta bien la situación para los padres, como poder compaginar el trabajo y el cuidado de los pequeños, si hay cole, si no hay, que horarios, si están enfermos, si tienen que hacer cuarentena, quien va a pagar todo esto. Y si no se llevan los niños al cole para proteger su salud, hay peligro de ser acusados de abandono por no escolarización, lo cual es estupendo en tiempos “normales” ya que todo ser humano tiene derecho a recibir educación y los padres el deber de aportarla; pero es que ahora es la salud familiar que está en juego, además de la economía.
Nos enfrentamos a una situación muy difícil, es necesario incluso ajustar o adaptar leyes, que propicien y favorezcan la adaptación a esta situación tan extraordinaria que estamos viviendo y que no se recuerda en épocas anteriores. Es algo nuevo para la humanidad, parece que el planeta se está degradando, nos invaden especies de otras latitudes, el clima cambia a extremos, aparecen plagas antes desconocidas y un virus paraliza todo el sistema de vida tradicional de La Tierra.
Emocionalmente todas estas vivencias son importantes generadores de estrés, la vida se torna compleja, hay que hacer muchas reestructuraciones en el día a día, la libertad de movimientos está restringida. Todo ello afecta al ánimo, no existe el mismo contacto social ni físico, lo cual es necesario para la salud mental; la economía se está precarizando, lo cual produce mucha inseguridad con respecto al futuro; la salud familiar, sobre todo donde hay mayores y menores, se torna muy delicada, generando angustia, inquietud, incertidumbre y pesar.
Es verdad que el ser humano es fuerte, a lo largo de los siglos hemos superado multitud de adversidades y hemos sobrevivido como especie; superar circunstancias adversas, sabiendo adaptarse y quitar el mejor aprendizaje posible es la forma de lograr la resiliencia. Pero hay personas que ya traían dificultades de antes, o que han sufrido duros golpes, o que no tienen red de apoyo, o que tienen ya otras enfermedades; a estas personas quizás les haga falta una ayuda extra, desde la terapia se pueden potenciar recursos personales y ajustar las creencias personales, dotando a las personas de la fortaleza necesaria para enfrentar las dificultades que la vida presenta.
MARIA PILAR FUENTE.
PSICÓLOGA SANITARIA. TERAPEUTA FAMILIAR SISTÉMICA. TERAPEUTA Y MÁSTER EMDR.
REGISTRO SANITARIO C-15-003566 y C-15-003650