La vida nos presenta con frecuencia pequeñas despedidas que apenas percibimos, no dejan de ser duelos, pero se resuelven fácil e incluso imperceptiblemente, a veces, ya que no nos cuesta esfuerzo, lo perdido no era trascendental para nosotros o hay nuevas opciones que estamos tomando para dejar así otras sin coste. Así que estos procesos se realizan de forma simple, nuestro sistema procesa estas vivencias sin mayor dificultad.
Sin embargo, cuando la pérdida es valorada mayor por nosotros, empezamos a cuestionarnos a nosotros mismos, las circunstancias, las relaciones con otras personas, en fin, todo el panorama. Es como si el mundo se volviera del revés y no damos crédito a lo que está pasando, nos cuesta asumirlo en primera instancia, hasta que finalmente vamos aceptando la situación y el dolor se hace intenso, aparece la tristeza. Todo este proceso no es fácil de manejar, ya que a veces se complica con otras cuestiones de vida pendientes y todo se hace más grande, da la impresión de ser insalvable. Cuando dejamos que todo suceda, dejamos que las emociones transcurran de forma fluida en nuestro interior, sin juicio, sin castigo, con comprensión, benevolencia, aceptación, el proceso avanza y la sanación de la herida se va dando. Es doloroso, y da miedo pasar por ello, por eso muchas veces se frena el duelo, no se quiere admitir, se niega la pérdida, se realizan todo tipo de evasiones autodestructivas con tal de no sentir lo natural en determinadas circunstancias.
Atravesar un duelo supone pasar por varias etapas. La primera es la fase de negación, tras el impacto, la noticia, no se puede dar crédito a lo sucedido, la pérdida resulta inadmisible, resulta increíble, directamente se niega. La segunda fase es principalmente de ira, aparece un gran enfado por la situación, como puede haber pasado, es terrible. Posteriormente aparece la fase de negociación, uno se dice que no puede ser, que si se puede hacer algo, que si uno hubiera hecho o estado, o como va a poder encajarlo, como va a poder seguir con su vida; el hecho trata en encajarse difícilmente. La cuarta fase es de dolor profundo, de depresión, se presenta una tristeza profunda, una desolación, ahora sí se está asumiendo la pérdida con su consiguiente dolor, ya resulta inviable seguir negando, enfadado o en lucha. Finalmente se presenta la aceptación, con la consiguiente serenidad, la tristeza se vuelve más ligera, el dolor se atenúa y la pérdida comienza a encajarse. Así que la vida sigue, se va retomando el pulso del día a día y la ilusión y disfrute de la vida poco a poco vuelven a aparecer.
Para poder asumir una pérdida importante en nuestras vidas es necesario pasar por este proceso. De no hacerlo, el duelo se queda enquistado y produce un sufrimiento interminable mientras no se afronte, es decir, mientras no se llore la pérdida, mientras no se asumen los sentimientos, por lo cual es imposible hacer el reajuste necesario en nuestras vidas. Es necesario enfrentarse al dolor, sentirlo, dejarlo ir, para sanar la herida, de ésta forma se convertirá en cicatriz.
A veces es necesario pedir ayuda para superar este proceso, tal vez estemos en medio de circunstancias adversas, o no tengamos una red de apoyo, o tal vez creemos que no vamos a poder con ello. Sea lo que sea que te frene en realizar el duelo, siempre es posible trabajarlo y así recuperar el equilibrio emocional, lo que viene siendo salud.
Mª PILAR FUENTE.- TERAPEUTA FAMILIAR SISTÉMICA.
ESPECIALISTA EN TRAUMA. CLÍNICO EMDR.
PSICÓLOGA PRESENCIAL Y ONLINE
REG SANITARIO C-15-03566 y C-15-003650