Desde que nacemos, más bien antes, establecemos unos vínculos de apego con los cuidadores principales, sobre todo la madre; cuando éstos no fueron muy saludables ser repiten esas pautas patológicas en posteriores relaciones vitales de toda índole. Es decir, aprendemos a relacionarnos como nos enseñaron, y nos enseñaron lo que pudieron; los padres siempre dan lo mejor que pueden a sus hijos. Los estilos relacionales se transmiten de generación en generación, hasta que seamos conscientes de donde nos estamos dañando; éste sería el punto de inflexión, el lugar desde donde se pueden hacer ajustes, no volviendo a repetir patrones, o al menos a pulirlos, suavizarlos.
Se han realizado numerosos estudios que demuestran como el vínculo entre terapeuta y paciente proporciona un espacio sanador, un lugar donde aprender a relacionarse de otra manera, donde curar las heridas de relaciones primordiales, donde poder ver desde otro prisma las relaciones sociales, un espacio de intimidad, de confianza, de comprensión, todo ello básico a la hora de establecer vínculos saludables con otras personas.
La psicoterapia es, en esencia, un acompañamiento en el cual el psicoterapeuta acompaña a la persona en la resolución de sus conflictos y la búsqueda de su independencia emocional, su desarrollo personal. Cuando no se establece un vínculo adecuado, la persona se sentirá insegura y el psicoterapeuta (y por lo tanto también el paciente) no podrá avanzar en la terapia. Al contrario, cuando se establece un vínculo sano que potencia la sensación de seguridad, el paciente se sentirá aceptado, confiará en el psicoterapeuta y bajará las barreras defensivas.
Cuando las relaciones del entorno no aportan el afecto y seguridad suficiente, suele producirse una dependencia emocional, esa búsqueda incesante del afecto no recibido. En la psicoterapia es necesario que haya empatía y que se muestre, lo que lleva a una buena sintonía, esencial para poder bajar las defensas y permitir que las emociones atascadas fluyan. Cada persona tiene sus propias necesidades, pero una de las tareas de un buen psicoterapeuta es saber adaptarse a éstas y validar los pensamientos, ideas; no se enjuicia, se acepta desde la objetividad, la imparcialidad, se crea un espacio donde dan cabida nuevos planteamientos luego de poder ver y aceptar las dificultades que estaban impidiendo el bienestar; éste es el lugar de donde viene el cambio.
La psicoterapia aporta una segunda oportunidad para obtener vínculos sanos, aprender a valorarse y a sentirse seguros en el mundo.
MARIA PILAR FUENTE
PSICÓLOGA